martes, 10 de noviembre de 2009

Ernst Jünger: “La ebriedad es una llave que abre puertas a reinos inaccesibles a la percepción moral.”


El investigador de drogas es un fenómeno totalmente moderno. No puede surgir más que en una sociedad cuya imagen religiosa del mundo está hecha añicos, y donde, por consiguiente, también se ha perdido el saber sobre las implicaciones metafísicas y el carácter simbólico de la ebriedad y de los vehículos de embriaguez”.(1)

Si hablamos de investigadores de drogas, resulta ineludible la cita con Ernst Jünger, un interesante personaje alemán nacido en 1895 y escasamente conocido por estas tierras, quien dejó detrás de sí, una prolífica colección de trabajos escritos. “Acercamientos: Drogas y Ebriedad”, es quizás uno de los más reconocidos en el mundo psiconauta. En este libro, Jünger realiza un recorrido histórico sobre su vida en relación con distintas sustancias, desde el cloroformo hasta los hongos, pasando por la cocaína y el LSD.

El escritor alemán reflexiona en torno a las drogas, en función de la apertura a otros mundos que estas pueden producir. La ebriedad, dice Jünger, es una llave que abre puertas a reinos inaccesibles a la percepción moral. (2)
Y aunque su investigación e interés se centra en este tipo de sustancias, reconoce sin embargo que existen otros vehículos de apertura tales como la danza, el ayuno o la meditación. Por tal razón, la cuestión central en los estudios de Jünger no es tanto la droga en sí misma, sino el estado de ebriedad que conllevan. Sus investigaciones son un acercamiento a ese “mundo de quietud y sosiego esenciales” y las drogas son un mero “trasbordador”.

Pese a haber realizado experiencias no poco peligrosas con sustancias tales como el éter o el cloroformo, Jünger mantiene a lo largo de toda su obra, una actitud cautelosa y prudente frente a cualquier tipo de sustancia, advirtiendo que no todo el mundo puede soportarlo. En este sentido y de manera claramente explícita, marca una distancia con el norteamericano Aldous Huxley, quien había encontrado en las drogas un sucedáneo de la religión.

Hablando de Walter Frederking, el médico que lo introdujo en la experiencia con mezcalina, Jünger escribe: …he oído elogios sobre él como guía de pacientes, cuyo vehículo se encontraba gravemente averiado. A la sazón, además del “training autógeno” le ocupaba también del “narco-análisis”, es decir, el “sondeo de problemas psíquicos en un estado de ebriedad profunda inducido ad hoc. Sufrimientos que permanecen ocultos, con frecuencia, a la misma persona que los padece, deben hacerse conscientes y curarse. “Conjurarlos” mediante el verbo o darles nombre puede bastar como remedio. Ya en sí misma la ebriedad puede provocar una catarsis: purificación. (3)
Sin embargo, continúa su idea con una advertencia y reconoce que de la misma forma que pueden curar, estos remedios pueden causar daños ya que son remedios drásticos, que no todos los pacientes pueden soportar ni todo médico está llamado a administrarlos. (4)

Lo que mueve a Jünger a orillas de la ebriedad y el éxtasis, es una “curiosidad sublime” por lo desconocido y por lo que, a simple vista, no podemos percibir. El desafío consiste en descorrer el velo que cubre la naturaleza y sus fuerzas, en cuyo corazón difícilmente logramos penetrar. Quien anhela el mundo de la imágenes, -dice Jünger- no emplea los narcóticos ni para escapar al dolor ni para sentir euforia; busca lo fantástico. (5)

Por otro lado, en sus escritos analiza también la cuestión del tiempo y plantea que las drogas convocan a este “poder fundamental de la existencia”. En función del tipo de droga que se consuma (narcótico o estimulante) el tiempo se dilatará o se comprimirá. Si comparamos el tiempo –escribe- , como es habitual desde antiguo, con la corriente de un río, parece que bajo el efecto de estimulantes el lecho de ese río se angosta, que la corriente se acelera, como si descendiera al valle por remolinos y cascadas hervorosas. Pensamientos, mímica y gestos siguen a esta corriente; este tipo de ebrio piensa y obra más veloz e impulsivamente que el sobrio, también de forma menos predecible.
Por el contrario, bajo el influjo de narcóticos, el tiempo se remansa. La corriente fluye con más calma; las orillas se alejan. Cuando comienza el letargo, la conciencia va a la deriva como una barca sobre un lago cuya costa ya ni se vislumbra. El tiempo se vuelve ilimitado, oceánico. (6)

Cuando hablamos de drogas, la posibilidad del exceso está siempre plantada. Como lo explica Jünger, “exceder significa “salir”. He aquí “la norma que se abandona…”
En una era donde los relojes juegan un papel central, la evasión del tiempo mesurable es poco tolerada. La maquinaria exige ascetismo y no soporta las drogas que se consumen por placer e inducen al abandono del tiempo normal. Solamente tolera las drogas que se consumen para aumentar la normalidad tales como las pastillas con que se intenta corregir desequilibrios físicos o mentales. Salirse de la máquina significa no sólo tomar en anticipo placer y fuerza vital, sino y sobre todo, tiempo prestado y consumido de antemano… (7)

Basándose en los escritos de Rudolf Gelpke, Jünger explica las diferencias que existen a nivel interpretativo entre Oriente y Occidente en relación al tema de las drogas. Para los orientales, generalmente, el “camino hacia el interior”, el viaje místico, es la única experiencia de la realidad que traspasa tiempo y espacio y, por ende, el velo de la apariencia fugaz (8). Por el contrario, el hombre occidental asimila la realidad con el mundo externo, y por tal razón, y en palabras de Jünger, se sentirá siempre tentado de juzgar toda forma de vida, todo parecer y, en general, todo aquello que lo distancia de la acción, como “evasión” “frente” a la realidad y “de” la realidad. (9)


Jünger, E., Acercamientos: Drogas y Ebriedad, Tusquets Editores, Barcelona, 2000, p. 290

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